martes, 24 de septiembre de 2013

De gente rara y abrazos

En el país de las tortugas la gente es muy rara: pueden ser muy expresivos o muy herméticos. Muy abiertos con los demás o muy cerrados. Incluso pueden ser sentimentales e intensos, o fríos y calculadores.


Lo más extraño de todo es que, a sus habitantes, esos cambios los toman totalmente por sorpresa. (Bueno, a veces.) Es en esas ocasiones cuando están felices y de repente se ponen a gritar... ¡de la nada!. (En una ocasión estaban varios parroquianos reunidos en la plaza, echando argüende y divirtiéndose, contando chistes. Se veían a los señores muy a gusto, platicando de los chismes locales... Pero algo extraño pasó, ¡y de repente se fueron todos sin avisar! ¡No dijeron ni "agua va" y en menos de 15 minutos ya estaban todos en sus casas, haciendo algo totalmente distinto! Ah, pero eso sí: solos.)

A decir verdad, el cambio no es tan repentino después de todo. Puede parecer superficial, pero no lo es (o quién sabe, seguramente hay de todo en el país de las tortugas).

Hoy le tocó el turno a Juanita. (Ah, esa Juanita, cómo le gusta hacerla de emoción...)

No estaba muy feliz, de hecho no se sentía bien. Pero estaba mostrándole la sonrisa más amable que podía a todas las personas. (Juanita es una mujer muy fuerte, aunque ella no lo crea. Soporta situaciones que la mayoría de la gente ni siquiera se imaginaría. Pero ella lo soporta en silencio, porque piensa que son algo normal, que a todos les pasa lo mismo.) Hoy Juanita se sentía cansada. Cada vez era más pesado caminar y respirar. Y sin embargo, ahí seguía, intentando sacar lo mejor de sí misma. (Juanita también es algo solitaria, siente que se le dificulta conectar con la gente. Extrañamente, la gente no piensa lo mismo de Juanita.)

Ya se había cansado de estar sentada (literalmente, le dolía el trasero de estar en la misma posición), así que fue al baño. Ahí, se encontró a una compañera que le dobla la edad, Paquita. (Paquita es buena persona. Tiene la voz algo chillona, pero se preocupa genuinamente por las personas a su alrededor. Y quiere mucho a Juanita, a pesar de que solamente platican poco cada vez que se ven y que ni siquiera la ha invitado a su casa. No se ven fuera del lugar en el que coinciden de vez en cuando.)

Normalmente, a Juanita le pasa algo extraño: cuando se siente mal y tiene que convivir con "la gente", minimiza su propio malestar para que nadie se dé cuenta. Después de un rato, ni siquiera ella misma se da cuenta.  (Esa habilidad puede ser tanto una ventaja como una desventaja, pero Juanita lo hace inconscientemente. Sería conveniente que aprendiera a controlarlo.) Y eso fue lo que hizo con su malestar ese día. Tenía que convivir con tantas personas... (¡más de 60!) y aparte estaba en una situación que normalmente disfruta mucho... Nada debía manchar el momento. Esos momentos exquisitos para los que vive actualmente.

 Y ya había olvidado prácticamente su malestar, cuando se topó a Paquita en el baño. Un poco más efusivamente de lo normal, Paquita la abrazó. Y aún sin soltarla, le preguntó: "¿cómo estás?". Juanita contestó sin pensar: "¿Te digo la verdad o...?". ("O seguimos siento amigas, serían las palabras que completarían la frase de manera perfecta", pensó Juanita. "Pero no queda ahorita"..., completó su cabeza) Y cuando las palabras salieron de su boca, empezó a recordar. Recordó cuánto se había tardado en cruzar el puente peatonal, las veces que tuvo que descansar a medio camino porque le faltaba el aire y los músculos simplemente le dolían. Recordó las náuseas que sintió casi todo el día, que regresaban con cada mínimo movimiento. El dolor de cabeza, el malestar. Recordó el dolor... el dolor que la perseguía a cada instante. Ese dolor que no podía comentarle a nadie (Juanita vive sola y no le gusta que la vean o que se den cuenta que se siente mal. Ni siquiera sus amigos). Recordó el estrés, recordó la pila de pendientes que tenía en casa. El entumecimiento gradual de sus dedos... Y ni se dió cuenta cuándo ni cómo, pero envuelta en el cariñoso abrazo de Paquita, con la que hablaba de temas superficiales una vez a la semana, empezó a  llorar. Las primeras lágrimas la sorprendieron y quiso eliminarlas. Pero no tenía caso. Y no pudo, a fin de cuentas.

Y lloró y lloró. Y recordaba el dolor que había estado intentando reprimir. El dolor con el que tiene que vivir. Del que no puede huir.

Y se sintió feliz de tener al menos a Paquita, que lejos de alejarse, la abrazó más fuerte.

Ah... las historias del país de las tortugas...

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