lunes, 8 de julio de 2013

Hábitos

Todos tenemos hábitos, toda persona tiene "esa" acción que realiza sin pensar y que la repite indefinidamente.

Esas pequeñas actitudes que  a veces parecen irracionales, como girar una liga entre los dedos cuando se está bajo presión, tensar los músculos que ni te dabas cuenta que existían al cantar, ladear la cabeza cuando escuchas música o voltearse de lado contrario al acostarse con alguien...

Pequeñas cosas que estamos condicionados  a realizar. Por repetir, una y otra vez, esa misma acción, hasta que el cuerpo decide que es tiempo de mejor dejar un "programa" que lo realice automáticamente y no perder más energía en tal asunto.

(Por cierto, ¿qué porcentaje de nuestras acciones día a día son hábitos y cuántas son verdadera praxis? ¿Qué tanto de nuestra conducta podemos considerar como propia y no condicionada por los elementos de ella que son hábitos?)

Pueden ser insignificantes, como golpetear los dedos contra la mesa al ritmo de la música que estés escuchando o pueden ser tan relevantes como para que tengan repercusiones serias (y muchas veces indeseables) en las personas que amas.

Y no es un secreto que es solamente cuestión de tiempo y repetición formar un hábito. Y podemos formarnos hábitos benéficos, lo cual quiero creer que no es imposible, aunque sea algo tan abstracto como "que se te haga un hábito el ser feliz".

Pero, lo realmente difícil, es EXTERMINAR un hábito.
Ahí es donde todos patinamos.

Aceptémoslo, ¿cuántas veces no hemos visto a mediados de año la lista de propósitos de año nuevo y sonreído socarronamente al contar cuantos (muchas veces la mayoría) no hemos estado ni siquiera cercanos a lograr?

Personalmente, tengo el hábito de la procrastinación. Un muy mal hábito que me ha dejado en situaciones poco ventajosas en cuestiones profesionales, pero que espero pronto poder desprogramar de mi cuerpo. Porque considero que no soy yo la que posterga, es mi mente que me juega malas pasadas en un cuerpo que no se deja gobernar fácilmente y mete la pata a cada rato.

Sin embargo, me complace pensar que no es imposible. Ninguno de los hábitos que he eliminado de mi conducta han regresado (al menos no con la fuerza con la que estaban anteriormente, ni siquiera cerca). Y por experiencia propia, sé que cuando realmente deseamos cambiar alguna conducta, es fácil hacerlo. Lo difícil es tomar la decisión definitiva.

Porque, tengo que aceptarlo, mientras esté engañando a mi mente con frases como "mejor lo hago poco a poco, para irme acostumbrando", "una vez más no me hará daño", "puedo dejarlo en el momento que quiera", "a fin de cuentas siempre termino el trabajo", entre otras muchas frases símiles, nunca voy a lograr nada. Los verdaderos cambios en mi vida se han dado rápidamente, con una decisión inquebrantable. Y, normalmente, "going cold turkey". O dicho en español, de tajo. De chingazo. Sin mirar atrás.

Así dejé el cigarro, así dejé la carne (en su momento, después me convencí de que era más beneficioso para mi salud regresar a mi dieta carnívora, pero de eso hablaré después en otro post) y así dejé el gluten. Y no ha resultado difícil, puesto que una vez que la decisión está tomada, ni siquiera se considera la posibilidad de permitirse un desliz. Y es de ahí de donde proviene la verdadera voluntad.

De esta forma, puedo concluir una pregunta que le hice a una persona muy querida hace poco tiempo. La pregunta era algo como: "¿En qué consiste la fuerza de voluntad? ¿Por qué fallamos al momento de lograr nuestros propósitos?".

Mi respuesta puede considerarse muy fatalista, pero es muy sencilla:

Si fallamos, es porque realmente NO QUEREMOS cambiar.


Esa conducta que supuestamente "queremos" cambiar, realmente está ahí por alguna razón. De alguna manera compensa alguna necesidad o cumple una función específica. Y mientras no descubramos las verdaderas razones por las que existe esa conducta, ahí seguirá. Y seguiremos, año con año, anotándola en nuestros propósitos de año nuevo, para volver a fallar rotundamente.

Puede que nuestra conducta sea comer compulsivamente y que tal compulsión satisfaga una necesidad emocional (o incluso física) por el alimento. Puede ser que se nos haya hecho costumbre dar pretextos para todo, lo cual nos exime (a nuestro punto de vista) de la responsabilidad de dar resultados concretos. Incluso, puede ser algo tan emocionalmente complejo como cargar con un complejo de víctima, con el cual siempre estaríamos buscando la condescendencia de los demás para llenar nuestro vacío interno. Puede que no sepamos las razones del porqué acostumbramos dormir tarde o mordernos las uñas, pero la razón (o razones) específica existe y no es imposible de encontrar. Y lo que es más importante de todo, cuando decidamos cambiar, encontraremos la razón. Porque buscaremos sin descanso hasta encontrarla, porque es algo que realmente DESEAMOS realizar.

Así me pasó en el caso de mi enfermedad. Y me volví una loca obsesiva, perdí amistades, me alejé de las personas, desatendí el trabajo, me sometí a regímenes muy estrictos de alimentación, con la esperanza de poder recuperar un poco el control de mi cuerpo. Pero nada de eso me importó (bueno, sí, quizá un poco), porque lo que quería lograr era más importante. Y ahora que estoy tan cerca de lograr esa salud que tanto he anhelado, me siento feliz de haber tomado las decisiones que me tienen en donde estoy ahora.

Quizá existan excepciones (es muy probable que sí, ya cada quien puede juzgarse todo lo que desee), pero en mi caso, esa es la razón de mis continuas fallas al cambiar otros hábitos. (Como los propósitos del tiempo de cuaresma en mi infancia  que nunca podía cumplir, ya sea que fuera no comer pan o no subirme al columpio del patio...)

Y la razón es muy simple:

No cambio, porque no quiero.

O puesto de una manera más positiva (y que me agrada más):

CAMBIO, PORQUE REALMENTE QUIERO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario